Hoy, 21 de octubre, se cumple el centenario del nacimiento de Celia de la Caridad Cruz Alfonso, la inolvidable “Reina de la Salsa”. Nacida en 1925 en el barrio Santos Suárez de La Habana, Cuba, hija de un fogonero y una ama de casa con vena artística, Celia mostró desde pequeña su pasión por el canto, destacando en la escuela, en reuniones familiares y en programas de radio gracias a su voz cálida y poderosa. Aunque su padre soñaba con que se convirtiera en maestra, Celia siguió su verdadera vocación y abandonó los estudios para ingresar al Conservatorio Nacional de Música, dando inicio a una carrera que marcaría la historia de la música latinoamericana.
En 1950, a los 25 años de edad, fue elegida vocalista de La Sonora Matancera, una de las orquestas más importantes de Cuba, donde grabó éxitos como Cao cao, maní picao y Burundanga, que la consolidaron como “La Guarachera de Cuba”. Su talento la llevó a escenarios de todo el continente, incluyendo presentaciones memorables en Venezuela y Argentina, como los conciertos en el Poliedro y el Teatro Teresa Carreño en Caracas, y en el Luna Park de Buenos Aires, donde su energía, colorido y carisma conquistaron al público latinoamericano y la convirtieron en un ícono que trascendía fronteras.
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Tras el ascenso de Fidel Castro, Celia decidió no regresar a Cuba durante su gira por México en 1960, quedando exiliada para continuar su carrera de manera libre. Nunca olvidó su tierra, pero convirtió la distancia y el dolor en música, llevando su mensaje de alegría y resistencia cultural a todo el mundo.
Instalada en Estados Unidos junto a su esposo y representante, Pedro Knight, se sumó a la ola de salsa neoyorquina de los años 70, compartiendo escenario con leyendas como Tito Puente, Willie Colón y la Fania All-Stars. Grabó más de 70 discos, ganó tres premios Grammy y 23 discos de oro, convirtiéndose en un símbolo mundial de fuerza, autenticidad y alegría. Su estilo inconfundible incluía pelucas coloridas, vestidos exuberantes y sus icónicos zapatos “Macarios” de plataforma y tacones geométricos, creados por el diseñador mexicano Miguel Nieto y teñidos por ella para combinar con cada atuendo, algunos de los cuales hoy se exhiben en museos.
Celia también colaboró con destacados artistas venezolanos, consolidando su vínculo con la música latina. Entre ellos, compartió escenario con Óscar D’León, interpretando juntos Tres días de carnaval en programas como Super Sábado Sensacional; con Cheo Feliciano en presentaciones de clásicos como Encantado de la vida; así como con Guaco, Canelita Medina y Alberto Naranjo, fusionando su estilo con la salsa y ritmos caribeños de Venezuela, dejando una huella imborrable en la región.

A lo largo de su carrera, canciones como Químbara y La vida es un carnaval se convirtieron en himnos de alegría y esperanza, celebrando la vida y reivindicando sus raíces afrolatinas en un mundo musical dominado por hombres. Su emblemático grito de “¡Azúcar!” trascendió como sello de identidad, fuerza y celebración. Su espíritu innovador la llevó a experimentar con nuevos sonidos hasta sus últimos años, incluyendo la fusión de salsa con rap y hip hop en su disco La negra tiene tumbao (2002).
En 1990 regresó simbólicamente a suelo cubano al cantar en la Base Naval de Guantánamo tras 30 años de exilio. Pese a ser diagnosticada con un tumor cerebral en 2002, continuó mostrando su inagotable energía hasta su última presentación en marzo de 2003. Falleció el 16 de julio de ese año en Fort Lee, Nueva Jersey, a los 78 años de edad, con un puñado de tierra cubana en su ataúd, símbolo de su amor eterno por su país. Hoy, cien años después de su nacimiento, la voz, la energía y el legado de Celia Cruz siguen vivos, recordándonos que la vida, como su música, está hecha para celebrarse.
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Con Información de elespectador.com y eldiario.ec .-




