“El Vaticano no está en una nube. El próximo papado, sin duda, comenzará de la mano de un posible nuevo orden global”. Así lo sostienen algunas de las voces más conocedoras de las dinámicas internas de la Santa Sede y su vínculo con la política internacional.
Aunque la Iglesia católica no tiene como misión principal intervenir en la geopolítica, el peso del Vaticano ha sido —y sigue siendo— determinante en numerosos acontecimientos que han marcado, y seguirán marcando, el rumbo del mundo.
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El sucesor de Francisco enfrentará retos mayúsculos: las guerras en Ucrania y Medio Oriente, una creciente polarización global, el ascenso del continente africano, el fortalecimiento económico del sudeste asiático, y el avance acelerado de la inteligencia artificial y las telecomunicaciones, que están transformando por completo el sistema internacional.
Uno de los desafíos más complejos será mediar en el marco de la tensión entre las dos grandes potencias globales, China y Estados Unidos, cuyas relaciones siguen atravesadas por choques políticos y económicos, especialmente tras el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca y la reactivación de los aranceles que sacudieron el comercio mundial.
En este escenario de incertidumbre, la Secretaría de Estado del Vaticano —el órgano equivalente a una Cancillería— mantiene un canal diplomático abierto con actores clave del tablero internacional: desde Vladimir Putin hasta Volodimir Zelensky, pasando por Trump, Xi Jinping, y líderes africanos y latinoamericanos.
Durante el pontificado de Francisco, la Santa Sede jugó un papel central en varios procesos clave: fue mediadora en el restablecimiento de relaciones entre Estados Unidos y Cuba; apoyó los acuerdos de paz entre Colombia y las FARC; intervino en intentos de mediación tras la invasión rusa a Ucrania; y pidió reiteradamente el cese de las hostilidades en la Franja de Gaza frente a la grave crisis humanitaria.
El nuevo papa deberá continuar esas gestiones aún inconclusas, y al mismo tiempo actuar preventivamente frente a nuevos focos de tensión global. Entre ellos se encuentran las disputas en el Mar Meridional de China, las guerras civiles en África que ya han provocado miles de muertes, y la peor crisis de refugiados desde la Segunda Guerra Mundial, una prioridad del pontificado de Francisco que seguirá marcando la agenda internacional.
América Latina, el sudeste asiático y África se perfilan como las regiones emergentes en este posible nuevo orden mundial, con una creciente influencia política, económica y demográfica.
En este contexto, el próximo sábado se celebrará en Roma el funeral oficial del papa Francisco, al que asistirán los principales líderes del mundo, en su mayoría provenientes de Occidente, donde aún se concentra el mayor número de católicos. Sin embargo, las tendencias demográficas muestran un desplazamiento de esa concentración hacia el continente americano.
Esto plantea una pregunta clave: tras el papado de Jorge Bergoglio —el primer papa latinoamericano, cuyo liderazgo coincidió con el auge del sur global—, ¿podría el próximo pontífice provenir de una región hasta ahora impensada para ocupar el trono de San Pedro, como el sudeste asiático o África?
De todos modos, entre los principales candidatos también figuran varios europeos, especialmente italianos, que siguen teniendo peso en las proyecciones vaticanas.